viernes, 22 de mayo de 2015

Pablo García Baena, un poeta clásico contemporáneo

PABLO GARCÍA BAENA, UN POETA CLÁSICO CONTEMPORÁNEO

POR PEDRO GARCÍA CUETO



   Pablo García Baena vino al mundo el 29 de junio de 1923, pronto cumplirá los noventa y dos años. Hace una semana le dedicaron un cálido homenaje el Instituto Cervantes y la Fundación Loewe, porque García Baena se retira del jurado del famoso premio, porque la vista le falla, hace ya algún tiempo que tiene dificultades visuales. En el homenaje se habló de la importancia de su legado en la poesía española, así lo hicieron estudiosos de su obra, Luis Antonio de Villena y Guillermo Carnero, los cuales dedicaron sendos libros de investigación sobre el grupo Cántico, al que Baena perteneció. También habló de él Víctor García de la Concha, de forma muy cariñosa, haciendo mención de la humildad del poeta, de esa época (los años cuarenta) en que ellos se conocieron, cuando García de la Concha y Ricardo Molina preparaban oposiciones a Instituto, Molina, gran amigo de Baena, presentó a este a de la Concha, cimentando así una amistad que ya va por los sesenta años.
   García Baena ha sido y es un creador, su nacimiento, desde el grupo Cántico de Córdoba, fue un esfuerzo por romper la poesía social de la posguerra española, abandonar los temas de esa poesía y abrir puentes a un colorismo, a una ornamentación, a un lenguaje esmerado y barroco que no tuvo suerte en los premios Adonais, al que se presentó el grupo (Baena, Bernier, Julio Aumente, Molina, Vicente Núñez, Mario López y Ginés Liébana), pero que sirvió para que surgiera una nueva poesía, hermosa y luminosa, la de este grupo de poetas cordobeses.
   Como bien dijo Francisco Morales Lomas en el homenaje que República de las Letras, le dedicó: “Pablo sostiene su lírica en dos columnas que organizan su mundo expresivo: la palabra y la emoción interior” (p. 36).



   Muy cierto, porque la palabra de García Baena no elude nunca la emoción, sino que navega con ella, en gran armonía, sus poemas buscan la belleza, un mundo estético clásico grecolatino, donde, como si fuesen columnas, los poemas adornan un mundo interior luminoso. Este mundo recóndito, pero que va emergiendo como vidrieras de su interior queda reflejado en libros como Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958). Representan estos libros la primera etapa, en Rumor oculto el poeta cordobés exalta la Naturaleza desde un romanticismo que no excluye la tradición arábigo-andaluza ni el neoplatonismo de Garcilaso:
“Quiero que sea mi verso / como luna de abril, / como las rosas blancas, / como las hojas nuevas, / Que mi cítara suene / como el agua en la yedra, / que mi canto sea nada / para que lo sea todo  / y que a mis versos caigan / heridas las estrellas”.
   La tradición de la buena poesía española late en García Baena, desde los tiempos en que leía en la Biblioteca Provincial de Córdoba a Machado, Lorca y a Juan Ramón, así como la reveladora Antología de la Poesía Contemporánea que recopiló Gerardo Diego.
    Gracias a Juan Bernier, su amigo, Baena leyó a Proust y a Cernuda, dejando honda huella en él, porque los destellos del mundo cernudiano, su compromiso con el mundo, desde una postura ética ante la vida, ya se convirtió en Baena en un compromiso que nunca ha dejado de cumplir.
   Fueron Molina, Bernier y Baena los impulsores de Cántico, en 1945 ya editaron, tanto Molina como Baena sus primeros libros, El río de los ángeles del primero y Rumor oculto del segundo. Pero el poeta cordobés no es solo un rapsoda, también es un hombre apasionado por la arquitectura de su ciudad, por las tiendas de antigüedades.
    Hay también en el mundo de Baena relación directa con la pintura, como si sus poemas fueran cuadros, lienzos donde se detiene el tiempo, el ocio predomina y la Naturaleza cobra destellos, para iluminar al lector. También del mundo del cine, porque sus poemas están llenos de imágenes, como si una cámara filmase en secuencias los versos de Baena.
   Y late, por ende, un compromiso con el ser humano, el deseo de hacer una poesía contrarreformista (como dijo Villena en el citado homenaje) en el sentido de católica y austera, pero sin que desaparezca el hedonismo, el paganismo, que late en él, una confluencia atípica, como muestra uno de sus famosos poemas, “Viernes santo”, cuyo escenario es una Iglesia, pero cuyo fondo es el erotismo que reina en el acto amoroso, una comunión que en Baena tiene claro sentido, el esfuerzo por aunar su educación católico con la libertad del mundo de los sentidos.
 
 Como dijo Manuel Francisco Reina en el homenaje que la revista República de las Letras le dedicó late en el poeta cordobés un rechazo a la poesía social, pero para hacer una poesía que se compromete con el ser humano en lo que concierne a la emoción ante la belleza del mundo, ante el espectáculo de una Naturaleza que nos asombra, imperecedera, frente a nuestra caducidad humana.

   Los novísimos (Carnero, Villena, Luis Alberto de Cuenca, Gimferrer), vieron en el poeta cordobés un espíritu que partiendo de la tradición que representa Juan Ramón, Machado o Lorca, va más lejos, se hace moderno, porque no plagia (como dijo muy bien Villena en el acto homenaje) sino que reelabora para hacer una creación propia y singular, que ha de perdurar ante el paso del tiempo. Baena se convierte así en un clásico contemporáneo y nosotros en sus lectores que encontramos en sus versos el espíritu de un hombre que ha entendido la belleza del mundo que le rodea.

viernes, 15 de mayo de 2015

Sobre La estrella negra del animal de José A. Velarde

La estrella negra del animal (1) de José A. Velarde: un recorrido cosmogónico en su escritura (a partir de la experiencia interior del dolor y la muerte)
Por Mario Wong
Escritor y ensayista peruano


Up all the night got demons to fight.
Anónimo

Depuis dix ans, ma jambe gauche,
Tu me jouas combien de tours!
Valery

La tête a ses faux-pas comme les pied les siens. 
Vigny


Im memoriam Betty W.



 
José A. Velarde
    El laberinto de las grandes ciudades -y aqui incluyo París, lugar de residencia del poeta José A. Velarde- es fundamentalmente un espacio de recorridos (ahí esta el flaneur de Baudelaire), que incita al sujeto a un dinamismo permanente. Desde la reforma urbanística de Haussmann, en el siglo XIX (2), la movilidad, en el sentido más amplio del término, se ha transformado en  un valor de primera importancia; ella se convirtió, igualmente, por un efecto de mimetismo profundo, en una de las estructuras nuevas de la poesía moderna: no es solamente el sujeto lírico que se pone en movimiento, sino que con él su texto mismo, cuyas partes se fragmentan (como parte de esa experiencia citadina), y se « agencian » de manera más discontinua (3). Esta ha sido una de las respuestas a la crisis del sujeto lírico -cuyo yo se desestructura, en las etapas del capitalismo tardío, teniendo que  recurrir a la « estética de choc » (4), baudeleriana, de los inicios de la modernidad-, que ha pasado por la interiorización de la figura del laberinto, la cual se ha inscrito directamente en, o sobre, el cuerpo; como si de un Cristo moderno se tratase, lleva el laberinto y los sufrimientos de la vida como si fuesen una cruz. Ante la grisitud y los traumatismos de la vida urbana en este mundo globalizado, el poeta siente la necesidad e intenta, repetidamente, escapar a la fatalidad de la marcha y a la maledicción de la horizontalidad (ligada a la potencia del arquetipo del laberinto, como metáfora de la condición humana en las grandes ciudades).  
     En este su último libro de poesía, el mundo de las imágenes del poeta J. A. Velarde, como si de un ritual se hubiese tratado, ha tomado un determinado rumbo en que, desde el título, se impone el negro de la visión. Cito: « Recuerdo el chillido/ del pájaro negro/ del dolor/ allí donde no hay viento/ donde está/ quedo/ el silencio» («Pájaro negro»). ¿Qué es lo que ha ocurrido en la vida del poeta para que suceda esto? ¿Cuál ha sido la experiencia crucial, el événement, que ha suscitado esta « escritura en negro » (Black is black o, más preciso, Paint is black)?
     Todo gran libro de poesía -y La estrella negra del animal lo es-, todo poema es el lugar del lenguaje en que el poeta se confronta con lo real; y no es, ciertamente, cualquier real (una apariencia o semblant du réel), sino el « real-real », la « imagen de la imagen » en el lenguaje perspectivístico nietzschiano (5), aquel que implica un punto de ruptura, de inversión en la continuidad, en la cotidianidad, de la vida. Así el poeta, en el poema, extrae de la lengua « un point réel d’impossible à dire » (6).
     Encuentro un a extraña belleza en los poemas iniciales de este libro, que hacen que rememore otros textos, de libros anteriores (7) de J. A. Velarde; esa transparencia melancólica, esa luminosidad, súbita, de la presencia de la naturaleza, del mar, del sol, del cosmos que esta marcada (y se suscita en una gran ciudad como es París) también, sin duda, de las impresiones de una infancia andina. Cito: « De dónde vienes/ alucinante belleza/ de dónde llegas/ ingrávida/ como nube/ invadiéndolo todo… » (« Poética »); « Radiante abanico de energía/ estrella de mi esperanza/ quisiera llegar a ti/ como un deseo/ un fulgor… » (« Lucero »); « Olas danzantes/ tu vuelo/ envolvente/ ave Marina/ tus alas como espejos/ en el pleamar radiante… » (« Ave Marina »); « Hierbabuena morada de tu boca/ trébol de belleza en flor/ ensalmo divino inefable/ Orión de mi cielo estrellado… » (« Orión »); « Desposeído/ de los temperamentos/ del cuerpo/ el rito supone el contacto cósmico/ con el águila/ del deslumbramiento… » (« Cactus ») y, del antepenúltimo poema, « Vagar en París/ es fácil/ con el despuntar del día/ el Sena/ se desliza raudo/ fluye en la ciudad/ como una música íntima/ y… » (« París »).
     Pero el dolor existe, y ¿quién puede negarlo? El dolor se hace presente en la vida del poeta: « Existe el dolor/ como rayo suspendido/ una luna colgada/ de la nada/ un grito/ un pasillo oscuro/ de la mente/ donde acaso…/ de un detenido corazón/ Abismo –quizá sombra/ quizá pájaro solo/ de taciturno vuelo… » (« Morfina »). El pájaro negro del sufrimiento se hallaba ya anticipado en este texto; se trata de un dolor, que se vierte en logradas imágenes (en ambos poemas) del padecimiento (físico, mental, emocional, nervioso) del poeta; retengo -de ambos textos citados (las palabras)- chillido, grito, quedo, silencio, pasillo oscuro, detenido corazón, abismo, sombra... Y entre ambos, se halla « Nox Aeterna »; cito: « …la noche y sus alas/ misteriosas/ la desesperada búsqueda/ de mi mismo/ como otro/ el dolor siempre presente/ el frenesí primitivo/ del lento y secreto/ trabajo de la muerte ». El dolor se convierte, pienso, en el nova organa -en los intersticios de la vida y la experiencia de la muerte- de una visión cosmogónica más profunda, abismal, del ser y del mundo, de la vida y de la desaparición de los seres y las cosas; una tal percepción de la « vraie réalité » brota de la experiencia psíquica del dolor.
     Me ocupo seguido, para concluir, del poema que da título al libro; antes señalo que  de los siete poemas que siguen (hasta el antepenúltimo, « París », que he citado), en « La antesala del delirio » se impone la mirada fragmentada, alucinada (están los « paraísos artificiales »), laberíntica, que acompaña la « experiencia del yo » en la gran urbe: …«Escalera// Espejo// simetría en las miradas/ indiferentes al cielo raso/ de las ideas… » (I); « Los labios del más drogo/ tiemblan y dicen Trilce/ las paredes tambalean bajo las camisas y… » (II); …«Las miradas son crepusculares/ todo es una herida/ las palabras ruedan… » (III) y, parte (IV): « La cumbre se precipita/ entre lo denso/ la antesala es una chicharra/ crepitando entre los dientes/ las cabezas moños rojos// « Rojas y verdes luces del amor/ prestidigitan bajo un halo de rush… »/ Spinetta dixit//...

Lectura de poemas de La estrella negra del animal

     Es la visión del vértigo lunático, de la atracción abismal en « La estrella negra del animal »; cito: « …en la calle los wayquis danzan/ el rito del Sol Negro Turuguri/ invocan a la luna/ ¿Quién eres, quién eres, quién…? » (I); « Vértigo lunático/ expones las razones del salto al vacío/ la atracción por el abismo/ niegas la evidencia/ reconoces… » (II). Y, en la parte III, final, la escritura, la poesía con que J. A. Velarde exorciza, como si de un mal suéño se tratase, el dolor, el sufrimiento: « …como un lobo temerario/ buscando la figura salvaje/ el nocturno esplendor/ de una estrella negra/ inmersa en el abismo urbano/ tendiendo una mano/ buscando otra mano/ codiciando el sueño/ solo para soñar/ y para el otro sueño lustral/ que nos purifica de ser/ el que somos/ sobre la tierra/ entonces que todo sea/ más que un mal sueño… » Sin ninguna duda, el poeta ha extraído de la lengua « un point réel » de lo indecible.


Notas:
(1) José Alberto Velarde, L’Étoile Noire del animal, París, Éds. L’Oreille du Loup, 2013; edición bilingue.
(2) « …Hugo et Mérimée donnent à entendre combien les transformations de Haussmann apparaissaient aux Parisiens comme un monument du despotisme napoléonien. Les habitans de la ville ne s’y sentent plus chez eux, ils commencent à prendre conscience du caractère inhumain de la grande ville. L’œuvre monumentale du Maxime Du Camp, Paris, doit son existence à cette prise de conscience. Les eaux-fortes de Meryon  (vers 1850) prennent le masque mortuaire du vieux Paris. » (Walter Benjamin, Paris, capital du XIXe Siècle, Paris, Éds. Allia, 2005, p. 38).
(3) « …, le labyrinthe est fondamentalement un espace de parcours, qui incite le sujet à un dynamisme permanent. La mobilité est devenu valeur première du système urbain haussmannien (au sens large), elle devient également, par un effet de mimétisme profond, une des structures nouvelles de la poésie moderne : non seulement c’est le sujet lyrique ui se met en mouvement, mais avec lui son texte, dont les parties se fragmentent, s’agent de façon plus discontinue. » (Ver Pierre Loubier, Le Poète au labyrinthe. Ville, errance, écriture, Fontenay-aux-Roses, ENS Éds Fontenay/Saint-Cloud, 1998, p. 316-317).
(4) La crisis de la tradición que otorgaba autoridad y garantía a la obra de arte -por la cual se realizaba sin cesar la soudure entre el presente y el pasado-, y que según Walter Benjamin se manifiesta como « décadence de l’aura », fenómeno que es evidente, particularmente, en Baudelaire, poeta que afronta la disolución de la autoridad de la tradición, poniendo la « experiencia de choc » en el centro de su trabajo poético. « Le choc est la force de heurt dont se chargent les choses quand elles perdent leur transmissibilité et leur compréhensibilité à l’intérieur d’un ordre culturel donné. Baudelaire comprit que si l’art voulait survivre à la ruine de la tradition, l’artiste devait essayer de reproduire dans son œuvre la destruction même de la transmissibilité qui était à l’origine de l’expérience du choc : de cette façon il réussirait à faire de l’œuvre le véhicule même de l’intransmissible. Par la théorisation du beau comme épiphanie instantanée et insaisissable (« un éclairpuis la nuit ! »), Baudelaire fit de la beauté esthétique le chiffre de l’impossibilité de la transmission. » ). Es esta « estética del choc » la que subyace en la poesía desde los romanticos a Baudelaire como expresión de esa tendencia finisecular (en el sentido de que aparece con los románticos, a fines del Siglo XIX) baudeleriana, vinculada a lo que Giorgo Agamben denomina la « expérience du choc », del rechazo de la novedad, y a la experiencia de la creación, como libertad absoluta del artista, acentuando la brecha con los juicios estéticos sobre la poesía ( que según Lautremont tienen más importancia que la poesía misma), que trata ahora de objetivar su propio mundo y de poseerse él mismo, lo que llevó a que Baudelaire sostuviese que : « la poésie est ce qu’il y a de plus réel, ce qui n’est complètement vrai que dans un autre monde ». Esta especie de « alienación del artista », en que el arte ha devenido una potencia nihilista, un « néant s’auto-anéantissant », es un hecho fundamental de las sociedades contemporáneas, que nos reenvía a la alienación misma del espacio histórico del hombre. (Ver G. Agamben, L’Homme sans contenu; Clamecy, Ed. Circé, 1996, pp. 137-144).
(5) Sobre la abbild, la « imagen de la imagen », o « l’image immémoriale », que es más que lo « real », G. Agamben comentando un fragmento tardío de Nietzsche, escribe: « … il n’y a pas d’abord un être dont l’image doit être imprimée sur le devenir : l’être, au contraire, ne naît qu’à partir de cette impression. Mais il y a néanmoins un devenir comme donné originaire que l’impression transforme en être car, autrement, le perspectivisme serait dépassé ». Y agrega, en el siguiente párrafo: « La paradoxe que Nietzsche nous invite ici à penser est celui d’un abbild, d’une image qui précède aussi bien ce qui est image que ce sur quoi elle s’imprime, d’une ressemblance qui anticipe sur les termes qui doivent être rendus semblables. Non seulement la pensée de l’eternel retour contient un *lig, une image, mais ce *lig, cette image est l’original qui précède aussi l’être que le devenir, le sujet que l’objet. Mais comment une image peut-elle anticiper ce dont elle est image ?... » (G. Agamben, « L’image immémoriale » ; in : La Puissance de la pensée. Essais et conférences, Paris, Éds. Payot & Rivages, 2011, p. 386-87).
(6) « …tout grand poème est le lieu langagier d’une confrontation radicale avec le réel. Un poème extorque à la langue un point réel d’impossible à dire. » (A. Badieu, Á la recherche du réel perdu, Paris, Fayard, 2015, p. 39).

(7) El primero es Casa sin puerta y, el segundo, Palabras anudadas.   

lunes, 11 de mayo de 2015

Palabras como piedras. Sobre Mi Berlín de Esther Andradi

Palabras como piedras
Por Diana Paris [1]
Escritora y editora argentina

Esther Andradi nació en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina.  Es guionista, periodista, poeta, novelista, residió en diferentes países, y actualmente vive entre Berlín y Buenos Aires.

Ha publicado traducciones, testimonio, cuento, microficción, ensayo, poesía y novela. Sus relatos figuran en numerosas antologías, en diversos idiomas.

Es autora de  Ser mujer en el Perú;  Come, éste es mi cuerpo; Tanta Vida; Sobre Vivientes; Berlín es un cuento.  Editó, entre otras, la antología Vivir en otra lengua, y es compiladora, junto con Sandra Bianchi, de Cartón Lleno. Breve muestra de la microficción en Argentina

Sus ensayos sobre cultura, migración y memoria circulan en diferentes medios de Latinoamérica y Europa para los cuales escribe columnas y entrevistas en alemán y español  

Mujer, exilio y lengua son los tres ejes que vertebran sus textos.  Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante, no queda exento de este triple registro conceptual.  Editado recientemente por Mirada Malva en España, ya fue presentado en Madrid, en Buenos Aires y en Rosario. Y hoy nos convoca en Montevideo.

Si tuviera que describir en una sola palabra a Esther y su obra, elegiría trashumante, tanto como lo es su origen  -mixtura de árabe y piamontés-, de argentina/peruana/berlinesa… 

De su pueblo del interior “exiliada” en  Buenos Aires, de allí a Perú, luego a Berlín, donde reside. Va y viene, mientras escribe porque “La escritura es el ancla con la que tejen [los escritores que viven en el exilio] el vínculo con el país lejano, una suerte de istmo en el mar de otro idioma”. Y en ese deambular le ha tocado asistir al final de la opereta de las sociedades donde el destino la puso a retratar con palabras el acontecer histórico: el derrumbe de la sociedad peruana tradicional a fines de los setenta, la caída del muro de Berlín en los ochenta, el estallido neoliberal en la Argentina en el inicio del nuevo siglo…

Mi Berlín está compuesto por 34 crónicas publicadas entre 1983 y 2014 en diarios y revistas de Perú, la Argentina y México. Son treinta años de la historia de esa ciudad que es a la vez la historia de su gente, sus modos de sobrevivir al agobio que deja como consecuencia la barbarie, el holocausto, la fragmentación de las familias, la inmigración creciente, la babel de culturas en pugna a uno y otro lado del muro. Cada crónica es una instantánea de  los cambios en la vida cotidiana de esa ciudad cosmopolita antes, durante y después de la caída del gran bloque que separó al Oeste del Este.

Desde la mirada de Esther, en sus retratos-crónicas desfilan amores y desengaños, la compra de un viejo sombreo por un marco, un anciano con intenciones de suicidio, viajes en bicicleta desafiando la frontera entre ambos “Berlines”, músicos callejeros, libertad recuperada, abrazos de familias regados con champaña y lágrimas el día de la reunificación, y a la vez: retrata la tensión muda que se respira en la nueva etapa, el racismo, la xenofobia,  la multiculturalidad,  las cenizas del nazismo que reavivan los grupos neonazis, la diversidad creciente. Y la lectura nos coloca como privilegiados espectadores de sucesos y nombres, rostros anónimos o famosos: Rosa Luxemburgo, Frida Kahlo, Albert Einstein, jóvenes ilusionados o desapasionados, inversores astutos en terrenos ayer bombardeados. Y asistimos a escenas que desde  la letra de Esther nos narra  la perplejidad, el asombro, la historia política y la vida cotidiana.

Si hay una columna vertebral en Mi Berlín, es la “cuestión alemana”: esa esquizofrénica división entre Berlín Occidental y Berlín Oriental, dos ciudades en una, dos Estados, dos administraciones, “caprichos de la geopolítica”; esos 168 km de cemento -o como bien metaforiza la autora- “la costura” de la división, con sus ventajas y sus claudicaciones al caer de la gran pared: el trauma de pasar del paternalismo socialista del Este al consumismo capitalista del Oeste. Baste un ejemplo: recibir un cheque para ser cobrado en un Banco de Berlín que no tiene jurisdicción en la parte occidental del muro es una odisea que ya habría querido poder sumar Homero para dar mayor dramatismo a la épica de Ulises.

Que un barco llamado “Amor” se incendie tras un paseo en el Spree, que la autora compre en una verdulería cuyo dueño (un kurdo, la minoría turca casi sin existencia) como si se transportara a una verdulería del barrio de su infancia, que un vendedor de pájaros coloque cada día a una blanca cacatúa frente al espejo para que tenga compañía, que llueva desde hace cinco semanas en Berlín con una “incontinencia celestial”, y tantas otras “fotos” son invitaciones a detenerse en esos textos que enmarcan el paisaje. Pero a fuerza de tener que elegir, me decido por  “El nombre de las piedras”, stolpersteine: piedras para tropezar, piedras para recordar, piedras de la memoria.

Un grupo de personas se reúnen a las puertas de un edificio. Esther Andradi es del grupo. Están allí porque sucederá un evento inaugural: reponer la memoria. En ese edificio vivían los Meyer, arrancados de sus viviendas y asesinados en Auschwitz hace 80 años cuando Hitler fue ungido canciller: 1933, entonces eran unos 170 mil judíos alemanes viviendo en Berlín.

¿Cómo eran las casas de esos habitantes? ¿Había niños? ¿Con qué jugaban? ¿Qué objetos tutelaban el paso de las horas cuando aún el monstruo nazi no había aparecido en escena? Nadie conoce detalles de sus habitantes. Ahora graban en la ciudad huellas con algunos datos para no olvidar. Pocos datos: la señora Hertel acerca un puñado de certezas tras arduas investigaciones.

Nombre, fecha de nacimiento, fecha de deportación, lugar de exterminio. La placa queda incrustada como un monumento al tropiezo: “Esto sucedió”, parece que rezaran cada uno de los asistentes al acto barrial.

Leer es siempre un ejercicio de tejido: enlazamos este y el otro punto y construimos la red. Cuando leí Mi Berlín me resonó otra y antigua lectura de mis años de joven estudiante en la facultad de Letras. ¿Por qué la voz de Esther hacía eco en mi memoria? Donde ella pregunta, yo recuerdo respuestas. Donde ella señala vacío, yo recuerdo escenas de hogar. Donde ella se detiene a mirar, yo recuerdo descripciones semejantes, objetos, celebraciones… ¿ Déjà vu? No. Diálogo entre textos. Piedras preciosas que atesoramos en la memoria y relucen cuando vuelven a pulirse en la emoción.
En ese laberinto de páginas leídas guardadas al correr de los años, hice un consciente trabajo de la memoria lectora y me topé por fin con el eco: era Walter Benjamin, el escritor berlinés nacido en 1892, que se suicida en España en 1940, acorralado por los nazis.

Había  vivido sus años de niñez en la placidez de un barrio como este donde ahora se rememoran los años de oprobio y se restituye la dignidad. En Infancia en Berlín hacia 1900 hay buena parte de lo que ignoraban los vecinos reunidos esa mañana de sol en la vereda de la casa donde vive Esther: 
  
 “Las tardes de invierno mi madre me llevaba a veces cuando iba a hacer la compra. Era un Berlín oscuro y desconocido el que, a la luz del gas, se extendía a mi alrededor.”

“Y  ocurría a veces que el salón con el juguete o el chocolate, no me significaban tanto como el vestíbulo donde la vieja ama me quitaba, al llegar, el abrigo como si fuese una carga y, cuando me iba, me colocaba el gorro como si quisiese bendecirme.”

Había luz a gas, madres que salían de compras con el hijo de la mano, juguetes, chocolates y abrigos, las familias tenían el hábito de la visita de cortesía. Las casas (luego bombardeadas) lucían salón y vestíbulo.

“Ya conocía todos los escondrijos del piso y volvía a ellos como quien regresa a una casa estando seguro de encontrarla como antes… Una vez al año había regalos en los lugares recónditos…como si fuese el ingeniero desencantaba la sombría casa y buscaba huevos de Pascuas.”

En esos años había rituales y brillaba la ilusión de las Pascuas y el hallazgo de la sorpresa, y la utopía de poder volver siempre a la casa y que allí esté plantada como un viejo roble para ofrecer abrigo.

“Blumeshof 12. No había timbre que sonara más amble. Detrás del umbral de este piso estaba más a salvo que en el de mis propios padres. En su interior estaba sentada mi abuela, la madre de mi madre.”

Familias, tradiciones, objetos cotidianos. ¿Dónde fue a parar todo eso? ¿Cómo pudo ocultarse toda esa vida en una palabra siniestra: “Abreise”, partida cuando obligaron a los habitantes de la casa a declarar que no poseían nada? Quiénes se apropiaron de las vidas y destinos de esas familias, ¿descansarán en paz?¿La Historia los juzgará realmente alguna vez? 

Pero sí había mucho para declarar… Escuchemos a Benjamin evocando su infancia, espejo de la vida de tantos que habitaron Berlín antes de la oscuridad:

 “Mi madre tenía una alhaja de forma ovalada. Era tan grande que no se podía llevar en el pecho…El momento más importante, cuando mi madre la sacaba del cofrecillo donde solía estar…Era para mí el talismán que la protegía de todo mal que podría amenazarla desde afuera. A su amparo yo estaba igualmente a salvo…”

“…al igual que la madre de Blancanieves, la reina, estaba sentada junto a la ventana cuando nevaba, nuestra madre estaba también junto a la ventana con su costurero y no cayeron tres gotas de sangre porque llevaba dedal mientras trabajaba, adornado de pequeñas concavidades, huellas de antiguas puntadas.”

“Me servían la cena en una bandeja de porcelana. Debajo del vidriado, entre zarzales de frambuesas silvestres se abría paso una mujer afanándose por entregar al viento una bandera con el lema. COMO EN CASA NO SE ESTÁ EN NINGÚN SITIO.”  [2]

Alhajas, costureros, bandejas y la sensación de estar a salvo porque se estaba en casa. Surrealista, kafkiano: la guerra arrasando con todo…

Leo en Mi Berlín también un homenaje a Benjamin y a todos los que no pudieron sobrevivir a la barbarie. Cuando Esther Andradi reflexiona sobre la violencia de los años hostiles en la Alemania nazi, leo la misma fatalidad en las dictaduras de América Latina; cuando habla del despojo que los poderosos infligen al prójimo, cuando transmite que nos congelamos en la intemperie del exilio y hay que hacer el ejercicio cotidiano de no olvidar la lengua natal, cuando Esther reúne esos rituales nos está proponiendo inaugurar placas, que como piedras, hagan de la memoria una huella de nuestra identidad. La identidad humana. 
Textos como piedras para recordar. No profanarás la verdad con el fuego de las bombas. Todo un arte: vivir para escribir.





[1] Presentación en Montevideo, Mercado de la Abundancia-Casa de los Escritores, el 12 de mayo de 2015.
 [2]Todas las citas pertenecen a Walter Benjamin: Infancia en Berlín hacia 1900, Alfaguara, Buenos Aires, 1987.