lunes, 25 de enero de 2016

El corazón delator: una nueva lectura de Poe en escena

El corazón delator: cuando podemos nombrar lo que en nosotros ya ha muerto


Carmen Elena Jijón
Según Calvino, hay cuentos que tienen la particularidad de leer al ser humano y que siempre tendrán algo más que decirnos. Si bien El corazón delator es una narración de terror, en la voz de un asesino atormentado por el constante latir del corazón de su víctima, también cuenta con todos los elementos técnicos de un  monólogo.   No es del todo sorprendente que así sea, si consideramos que Edgar Allan Poe es el hijo biológico de dos actores y los primeros años de su vida creció tras bastidores. 

Sin duda la relación de Poe con la muerte es perturbadora, la suya propia está ligada a una posible inclinación al alcohol, a un secuestro o, incluso, a una conspiración.  Este escritor, a temprana edad, ya experimentaría la muerte de su madre. Luego, la de su primer amor de juventud, seguida por  su madre adoptiva y su joven esposa.   El dolor,  la frustración y la pérdida se van ligando a esta identidad femenina.

No resulta entonces del todo extraño que en esta adaptación teatral una mujer nos cuente sobre el crimen que cometió, describa con todo cuidado y con toda cordura los procedimientos, los pasos seguidos, para acabar con todos a su alrededor; nos trasmita su necesidad de matar para trascender, para seguir.

A partir de los distintos lenguajes que el teatro integra, la obra a su vez va combinando las propuestas frente al texto que este equipo interdisciplinario propone. David Bonilla, a cargo de la creación de la música; Gorka Larrañaga  en la propuesta escenográfica; Edmundo López en la tramoya: Erick Cepeda en el diseño de luces; Carmen Elena Jijón, en la adaptación del cuento y la actuación; Paulina Tapia, como directora del proyecto escénico.

Una nueva lectura de Poe en escena, una historia que tiene mucho más que decir.

jueves, 21 de enero de 2016

CAFÉ MONTPARNASSE de Manuel Valero

CAFÉ MONTPARNASSE O EL MAGISTERIO POÉTICO DE 
MANUEL VALERO

POR PEDRO GARCÍA CUETO

Manuel Valero Gómez
    Manuel Valero Gómez es poeta e investigador (ha trabajado y ha publicado ya varios libros sobre poetas alicantinos, uno, sobre Juan Gil-Albert, titulado La posesión del ser sin exigencias, de gran calidad, por su profunda investigación sobre los temas que aparecen en la obra del poeta alcoyano), y autor de un libro de poemas que me ha suscitado gran interés, Café Montparnasse, publicado por la editorial Devenir, que dirige el incansable Juan Pastor.
   El libro contiene poemas donde podemos sentir una voz que va hilvanando la historia de Jean-Paul Ventoux y los poemas que se encontraron en el número 3 de la Rue de Montparnasse, el 16 de febrero de 1925. Esta voz tiene peso e intensidad, porque transparenta el dolor del poeta ante el futuro suicidio, como si resucitase un espíritu romántico que el libro va transmitiendo, una luz apasionada ante la vida, pero repleta de sombras que Manuel Valero, poeta de voz y fina y notable sensibilidad, va dejando en los versos.
   Los poemas se dividen en capítulos, de Inventario, el primero, podemos citar versos como estos:
 “Recuérdame si la pena merece / desempolvar de música los zapatos, / en fastos las vidrieras / y mi sombrero entristecido que entona / andares de la lluvia”.
     Vemos y sentimos la luz de ese hombre desgastado, bohemio, cuya andar lleva alegría (en fastos las vidrieras) y dolor (y mi sombrero entristecido que entona andares de la lluvia). Pero luego viene el dolor total que expresa, con este verso:
“Hoy ha muerto el poeta”.
     Por el libro transita, después de este inventario, que es resumen de dolor, el génesis, el comienzo, donde nos dice que el poeta era pasión, hálito de vida, pulso de luz y amor:
“He sido el cuerpo que habita la sangre / y una mano sobre otra / desnuda las manzanas / bajo del madrigal / cien alondras / que al corazón estremecía”.
    Porque el poeta vive del oxígeno que respira, donde se alimenta su ser apasionado, cito estos versos:
“Todo es aire en la vida. / La envoltura de mi cuerpo hostil: aire. / El fuego de mis labios / entre cieno y miseria, no más que aire”.
    Los poemas van iluminando el libro, son destellos que fulguran de la mano de Manuel Valero, que sabe retratar con hondura al poeta apasionado que se suicidó, también a la mujer que amó, Matilde, lo que vierte el poemario al apasionamiento romántico, en el que vive como si las páginas respiraran una luz especial:
“Tengo miedo a tu nombre, / a cada mano / que atreve con su vuelo / reinar / la herida de tu carne”.
    El amor, como llaga, como hondura, ofrece dolor y luz al mismo tiempo, se convierte en un lugar donde el erotismo da lugar a una pasión única, que deja huella, como si llegase de lo más íntimo, del tuétano del ser:
“He sembrado en tu vientre / un jardín de alondras. / Con estas manos de cielo / he sembrado / sobre entierros sin sombra / de pan arquitecturas / y desnudas amapolas”.
    Lenguaje poético que nos llega, nos envuelve en palabras que son música y que el poeta, sabiamente, convierte en poema, en esa sintonía que enlaza el ritmo con el lenguaje para llegar al lector.
   Llega luego el climax del libro con Café Montparnasse, donde vemos al poeta, lo sentimos, en poemas que son eco del dolor que asola al hombre herido de amor, en la ciudad de la luz, por ello, destaco, entre todos, Los puentes recobrados, donde el poeta lanza su desesperado canto a Matilde, también a nosotros, lectores ya ensimismados, por la calidad del libro y por el dolor que lleva dentro:
“Algo así, / como la luz descalza / del Sena escondiéndose / O mejor / con zapatos nuevos / en el hábito del agua: / el pañuelo de nubes / en el bolsillo del saco / el cigarro en ayunas / el té de las cuatro y media”.
   Luego dirá la mujer amada que la idea del suicidio viene de la hipocondría del poeta, sin saber, como si estuviésemos ante un diálogo entre Horacio y la Maga, en la inolvidable Rayuela, que son seres hechos para separarse, donde el amor y el dolor se conjugan, como tapices que se deshilachan tras tejerse con esmero.
    Y, al final, antes de dar paso a La corona de flores a la muerte de Jean-Paul Ventoux y al epílogo, nos deja un poema que me estremece y resume muy bien el sentido del libro, la vida y la muerte como hermanas, entrelazadas, bailando al unísono en este poema que nos habla de la carne y su ausencia, la nada final:
“Poso a tientas tu mano, / sombra ingenua, / sin guante alguno de luz asido. / Y nacida de carne / cúspide en arrullos / tiembla la noche. / Poso a tientas tu mano, / frondosa negrura, / veladamente por la niebla y el árbol. / ¿Qué aguardas baile nimio, / caracola crecida de cadera? / Silencio”.
     Como si la música del poema nos llegara, sentimos el final de esta sinfonía que expresa el dolor de un hombre ante la presencia y la ausencia de la amada, pero también vemos su espíritu dolido ante la vida, rasgado por la noche, pero también por la tentativa suicida, ser carne y dejar de serla, para reintegrarse al abismo de la nada.
   Y el final es el silencio, lo que hace culminar el libro, salvo los dos últimos apartados y nos obliga a sufrir por el sufrimiento ajeno, el del poeta suicida, tan parecido al nuestro.
     La poesía luminosa de Manuel Valero nos llega y confirma su talento, in crescendo, como el agua del Sena, ya doliente en nuestros corazones, donde quedamos heridos para siempre por este libro lleno de luz y sombras, como nuestras propias vidas.

   

lunes, 11 de enero de 2016

Poema de Ashraf Fayadh

Poema de la semana  ITHACA 416, Ashraf Fayadh

Detalle, obra de Akbar Behkalam, Iran 1944-

¿Cuál es tu idea sobre los días que habitualmente paso sin ti?
sobre mis palabras que rápidamente suelen evaporarse
y sobre mi fuerte dolor
sobre los nudos que se han posado en mi tórax como algas desecadas.
Olvidé decirte... que en el sentido práctico de la palabra
me he acostumbrado a tu ausencia
y que mis deseos han perdido su camino a tu añoranza
¡y que mi memoria ha empezado a corroer!
Y eso que aún persigo la luz, no porque quiera ver; la oscuridad siempre asusta
¡incluso cuando nos acostumbramos a ella!

ASHRAF Fayadh, PALESTINATraducción: Germain Droogenbroodt – Rafael Carcelén
De: "Instrucciones Within", Beirut, Al- Farabi, 2008

****
Ashraf Fayadh es un artista y poeta de 35 años, de origen palestino, que vive en Arabia Saudita donde ha participado activamente en la escena artística y 
ha expuesto sus obras en la Bienal de Venecia. Fue condenado a muerte el año pasado.

domingo, 3 de enero de 2016

Voyageuse bleue, último libro de poemas de Porfirio Mamani

Voyageuse bleue (Viajera azul)

Editorial L'Harmallan, París 2015
Traducido al español por Sophie Ferreira Ramos
Prólogo de Daniel Vives

Viajera Azul

El poeta
Viajera celeste que en el fondo de la sima preparas tus nobles atuendos para encontrarte conmigo en el desierto. Yo siguiendo voy esta sombra  que sale de mi cuerpo, por un camino que nadie ha frecuentado. Callados van mis ojos, callados los ruidos de mis pasos, sólo el polvo se levanta cuando paso. Cuando llego al pie de una montaña, voz y llanto de un niño golpea las rocas de polvo no cubiertas. No sé si alejando o acercando me voy de tu mirada, extranjera azul, tú que en alguna parte ya me esperas, como la oscuridad espera al día.

La Viajera 
¿De quién es la voz que allá tirita, de quién la sombra que doblada se queda en una esquina? Estira sus brazos como si hablara con el aire, mas el viento, mientras intenta dar un paso, de sus negros pelos hacia atrás lo jala. Sus piernas soñolientas, como pegadas a la tierra lo retienen, y sus ojos como desterrados paradigmas, miran la sombra extraña, que desde el fondo de la ruta le hace un gesto.

El poeta
No sé si cruzar debo esta calle o la otra, viajera celeste, que pareces vigilar sin cuidado mi destino. Creo verte pero no te veo, es mi cansada memoria que confundiendo va los caminos y tu rostro. A veces siento frío, a veces duda y miedo cuando paso por lugares como estos. Allá veo un niño arrastrando la basura que en el desierto encuentra. Alguien se le acerca y sólo mira piedras en sus manos. Sólo el niño me mira, y mirándome no quiere alejarse, pero se aleja.

La Viajera
Hundiendo va sus pasos, ya en el polvo, ya en el barro que inunda su camino. Difícil ver su cara. Mas ese perfil me parece haberlo visto en alguna parte. ¿Quién entre todos podrá olvidar su herida? Cuando era niño lo vieron todos cruzar un río, y ya llevaba en la frente esa herida. Entonces sigue siendo él, la marchita hierba que nadie cuida.